miércoles, 16 de diciembre de 2009

Cada verano las cucarachas se vuelven cada vez más rápidas...


Es verano y no me percato de ello por el tan tradicional y, en este caso, escasa lumbrera sino por la habitual proliferación de estos insectitos tan divertidos a la vez que asquerosos para muchos, lo que me obliga a no llevar con la suficiente holgura mis veraniegas sandalias.


Si bien este relato marca otro de esos extraños vaivenes de mi voluntad, también intenta ser una especie de texto pre-navideño y de bienvenida al farsante verano que ya tenemos encima para estas fechas.


Hace unos días vengo saliendo de ciertas turbulencias amorosas; felizmente airoso y parado, sin quedar mal y queriendo mucho, y me puse a pensar en el tiempo que había dejado de escribir, sea ya por mero placer, flojeritis y demás algias que aquejan a una mente redactora pero, derrepente, como si de una señal se tratase, varios compañeros que usualmente no veo me abordan y sorprenden de la manera más sorprendente y sorpresiva con uno que otro comentario favorable y halagüeño hacia este espacio, triste espacio lisonjeado por algunos y vilipendiado por otros muchos, así que podría decirse que eso me subió un poco la moral y me espabiló de mi letargo para siquiera dedicarle unos cuantos minuticos cubanitos a echarle líneas a esta wachafada peluda.


Es así, que mientras regreso a mi casa por las ahora destruídas calles de Salamanca se me ocurre detenerme en el ínfimo detalle de el insecto más odiado y repugnado por la sociedad: la cucaracha.


Lo que sucede es que en mi lujurioso caminar me topé con uno de estos bichitos, y aunque el meollo del relato no sea tan contundente ni llamativo como aparenta, lo único que hice fue seguir caminando, y habiéndo notado este animalejo mi presencia, salió disparado sin más. Como muchas veces he oído decir una frase, y esta vez decidí aplicarla, aquí la cito: "Las grandes verdades se ocultan en las pequeñas cosas de la vida", entonces me dije: ¿Por qué chuchitas no puede ser este un mensaje para mí y no sólo tomarlo como una de las tantas cotidianidades de mi emocionante y activa vida?


Con toda la mierda de reflexión en la cabeza seguí mi camino hacia mi casa y pensé en lo buen tema que podría llegar a ser si llego justo a tiempo para que no me afecte la disonancia cognoscitiva y no me arrepienta de escribir sobre esta pavada, así que llegué a la conclusión de que en cada verano, las cucarachas se vuelven cada vez más rápidas; y eso se me hizo en la ondulada y enredada cabeza una interesante analogía sobre la vida y el desarrollo de cada individuo. Se que a más de uno no le gustará esto: poniéndonos en el lugar indicado, nosostros somos esas cucarachas que corren y deambulan por las bochornosas calles (haciendo las salvedades sobre tiempos de vida, higiene, número de extremidades, sexo y demás idioteces salvables para cualquier mente promedio) y que así, cada año, cada época, cada cierto tiempo indeterminado vamos dejando involuntaria e inconscientemente algunas cosas de nuestro ser para ser testigos de una pecaria y lenta evolución, los aspectos más insospechados reciben un power up y es como si la muy hija de puta cucaracha hubiera tomádose un red bull o varios litros de café...


Bueno, al punto, lo que intento decir es que muchas veces nosotros nos vemos como seres estancados y no como lo querealmente somos, una panda de animalejos medio civilizados que aún siguen desarrollándose en cuanto aspecto se les pueda ocurrir, y aún no frenamos, la vida y la raza está aún en fase beta, ¿acaso crees tú que un peludo y amigable australopihecus llegaría a imaginar que su rechuchitataranieto sería un humano como cualquiera de nosotros? Entonces ¿por qué pensar que nuestra raza ha llegado a su límite evolutivo? Son sólo limitaciones tontas de gente más tonta con miedo a proyectarse.


¿Y qué pasó con la cucaracha?... pues como esa de la que hablé tanto se me escabulló pero logré, durante mi camino, patear unas cuantas y aplastar otras más. No habrá más verano para ellas.